Resumen:
Gianfranco Hereña entró al taller de narrativa de Jorge Eslava el mismo año en que yo. Él era un pelotero de pelo largo, ensortijado y lentes gruesos. Ambos teníamos un blog de cuentos y casi siempre nos alternábamos para leerlos en cada sesión. Sus comentarios eran enfocados y sinceros. Efectivamente él era un apasionado de la literatura, pero también del fútbol, por lo que siempre buscaba traducir su opinión con alguna frase del tipo “es un texto ágil, pero siento que a veces hace una de más”. Poco a poco se fue forjando entre nosotros, una amistad antigua, inevitable. Todo el día compartíamos canciones de Charly García y cuentos de John Fante, fumábamos y tomábamos café tanto en los pasillos como en las calles del centro. Reconozco que en algún momento cambió las casacas por los blazers y los sábados de cerveza por sábados cubriendo notas de periodismo deportivo; pero nunca cambió de actitud con la literatura. Luego, pasó un poco más de cinco años, hasta que inadvertidos, terminamos la carrera y nos graduamos –ya éramos adultos–. Hay una sincera admiración a la labor que realiza como docente y, en especial, a su quijotesco trabajo como gestor cultural al ser, desde hace más de dos años, el administrador de la web El buen librero. Web que busca lo más difícil que puede existir hoy en día en el Internet: difundir la lectura en este país.